Háblame de la emigración

Manuela emigró a Brasil en 1956 por su vocación religiosa cuando contaba con veinte años. Durante los cincuenta y dos años que estuvo en el país Manuela vivió en diferentes lugares y realizó varios proyectos de carácter social.
Su primer destino fue Río de Janeiro, un lugar al que le costó adaptarse en un principio por su clima caluroso. Allí trabajaba en un centro con sesenta y cuatro internas, mujeres que ejercían la prostitución, a las que apoyaban y ayudaban para que no fuesen engañadas ni explotadas, proporcionándoles orientación y formación en una escuela con turnos de mañana. Otra parte de su trabajo consistía en recaudar fondos para financiar este proyecto de atención social entre las familias de las zonas más ricas de Río de Janeiro, Copacabana o Ipanema.
Después se fue a Curitiba, capital de Paraná, ciudad maderera donde estuvo treinta y nueve años trabajando en un centro de atención a adolescentes con problemas de conducta procedentes de familias desfavorecidas. Allí ofrecían un comedor para los niños y niñas y atención integral a las familias, refuerzo escolar, distribución de alimentos e incluso un pequeño ambulatorio médico donde ofrecían atención sanitaria a todas las personas que lo necesitasen. Durante este período Manuela vivió en una favela, junto con personas que vivían en casas sin electricidad, agua corriente, duchas, o baño. También prestaban ayuda para la reconstrucción de las viviendas, ya que muchas casas se caían.
Su última etapa en Brasil la pasó en Belo Horizonte, en el estado de Minas Gerais, donde, a pesar de la enorme riqueza natural, hay una gran desigualdad en la distribución de los recursos y muchas personas en situación de pobreza.

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