Háblame de la emigración

Después de obtener el certificado de buena conducta, obligatorio por ser menor de 18 años, y el visto bueno del párroco de A Baña, Rosalino marcha hacia Venezuela «reclamado» por sus dos hermanos mayores, de 20 y 22 años. «Por lo visto en ese momento la gente europea era mejor acogida que la americana por tener fama de más responsable».

De entrada se instala en una habitación de un apartamento, que le costaba 80 bolívares, y comienza a trabajar de ayudante de cocina en Puerto La Cruz. Un año después se marcha para Caracas a trabajar en una pensión francesa, haciendo turnos por horas, lo que le dejaba tiempo para estudiar por las tardes. Luego de un tiempo se va a trabajar a un restaurante de la capital como camarero, donde tenía dos compañeros gallegos de los diez que componían el servicio.

Procuraba tener un ocio activo, así formaba parte de las asociaciones de emigrantes de Caracas: Lar Galego, Centro Gallego de Caracas y Centro de Amigos de Santiago. Era una manera agradable de mantener vivo el vínculo con Galicia y con su gente.

La siguiente aventura profesional y de mayor éxito le llevaría a Valle de la Pascua, a 320 km de Caracas, donde junto con sus primos consigue montar un hotel de 80 habitaciones. Gracias al auge de la industria petrolera llegan a tener 30 empleados, muchos de ellos gallegos. En diez años vio crecer la ciudad hasta casi los 150.000 habitantes que tiene hoy. Valle de la Pascua es actualmente el núcleo económico más importante en el oriente del estado Guárico, beneficiado como centro de servicios comerciales y administrativos con varias agroindustrias relacionadas con el algodón y la alimentación.

En uno de sus viajes a Galicia se encuentra con la que había sido compañera suya en la escuela de A Baña «aunque allí poco se habían visto pues en las clases no estaban juntos, además de que las mujeres iban menos a la escuela». Después de un tiempo se casan y se marchan juntos para Venezuela, donde tienen tres hijos. Uno de ellos es hoy en día el responsable del hotel, pero aquellos tiempos dorados volaron y ahora es un hotel humilde con tan solo cinco empleados, dedicándose sobre todo al alquiler de salas para eventos.

Rosalino y su familia se sintieron muy bien acogidos, aunque al principio había cierto recelo de las personas extranjeras. Cuenta que las costumbres eran diferentes. Las gentes de allí se dedicaban mayoritariamente a la agricultura y a la ganadería, que las compañías –muchas de ellas americanas– favorecían, facilitando créditos, semillas fertilizantes, maquinaria adaptada a las temperaturas de la región…

Llegado el momento, Rosalino fue mandando parte de sus ahorros para España e invirtió en Compostela. Ya lleva años jubilado y desde hace doce que no volvió a Venezuela. Su regreso fue muy feliz y se siente muy bien acogido de nuevo en su tierra. Espera que su hijo, su nuera y su nieta vuelvan enseguida y de forma definitiva porque dice que las cosas allá cambiaron mucho desde aquel entonces, aumentó la inseguridad y la economía se debilitó.