Háblame de la emigración

Isidro trabajaba como mecánico en Conde Medín en A Coruña, pero el sueldo que ganaba en esa época no era suficiente para mantener el nivel de vida que esperaba con sus veinticinco años, sobre todo para garantizarle un buen futuro a sus dos hijos. Fue una antigua vecina, que estaba en Inglaterra, quien lo animó a hacer las maletas y coger rumbo al Reino Unido. Su destino fue Norfolk, al norte del país, donde llegó con un contrato asegurado como camarero de un hotel.

Sus primeros recuerdos de la llegada son de la estación Victoria, en Londres, a la que siguió un largo viaje en coche hacia la dirección que llevaba escrita a mano en un pequeño papel. Después de dos horas en coche atravesando el país, sin tiempo siquiera para comer algo, llegó ya entrada la noche a las puertas del hotel en que los dueños, una escocesa y un francés, lo recibieron con una hoja en la que se describía, en inglés, el menú. De forma que tuvo que dedicar aquella noche a estudiárselo para poder ponerse a trabajar lo antes posible.

El alojamiento era parada habitual de pilotos americanos, ya que había una base militar próxima, que siempre lo trataron muy bien, tanto a él como a Mari, su mujer. En aquel momento Norfolk era un pueblo pequeño, con un único bar en el que se reunían de cuando en cuando. Aquel pub tenía una máquina de discos como principal reclamo, cierto día, recuerda que los mecanismos del aparato les brindó una canción italiana que hablaba de la mamma que provocó que todos se echasen a llorar de pura melancolía.

Después de seis meses en Norfolk, gracias a una pareja española que habían conocido en la iglesia, encontró empleo en Londres como mayordomo en la casa particular de un matrimonio judío, allí estuvieron cerca de tres meses hasta que decidieron cambiar a otra casa, en esta ocasión de una viuda, donde debían hacerse cargo del cuidado de dos niños. No obstante, debido a las condiciones inestables del servicio doméstico, en el que no estaban asegurados, decidieron volver al trabajo en un hotel, en que se encargaron de servir los desayunos durante año y medio.

Transcurrido ese tiempo tuvieron la oportunidad de trasladarse a Cornualles, una conocida zona de veraneo, con un contrato en el Hotel Saboya. Fue una época bonita, el personal estaba alojado en bungalós y había muchos españoles. Allí enseguida ascendió a jefe de sección y llegó a tener un ayudante de origen austríaco, Gerard. Pese a todo, tras ciertas diferencias con el manager del hotel, que también era español, tomó la determinación de volver a Londres, donde, a través de una agencia comenzó como camarero en el Gran Spa Hotel de Bristol como responsable da sección de vinos. De esta vez se cruzó en su camino una gripe. Después de que el manager lo amenazase con despedirlo por la ausencia decidió irse él mismo para trabajar en uno de los mejores restaurantes de Inglaterra.

En esa época en Bristol compraron una casa y pudieron llevarse consigo a sus hijos, a los que escolarizaron en un colegio católico de la ciudad a la que se adaptaron enseguida. La suerte quiso que, pasada una semana tras dejar el restaurante, se encontrase en su buzón una carta del director del Gran Spa de Bristol, donde, tras su marcha voluntaria, le ofrecían ser jefe de comedor. Puso una serie de condiciones y allí estuvo hasta que, cuando tuvo una oferta del Hotel Sancrisa, en A Coruña, le pudo la morriña, vendieron la casa y compraron piso en la ciudad herculina para emprender el viaje de vuelta. Pero con su llegada se encontró con un revés con el que no contaba, el hotel estaba sin terminar. Tiró de ahorros durante casi un año en el que estuvo sin trabajar hasta que se vio obligado a irse de nuevo, en esta ocasión rumbo a Gales, como manager de un hotel en el que decían que había dormido Henrique VIII. Tuvo que irse solo pero al poco tiempo de estabilizarse allí su mujer se reunió con él, los hijos tuvieron que quedarse con la abuela en Galicia. Cuando los críos crecieron y llegaron a la adolescencia, a la abuela ya le costaba mucho la crianza, por lo que decidieron regresar de forma definitiva. Aquí se ocupó como taxista hasta que se pudo jubilar, aunque reconoce que el regreso fue, en muchos sentidos, más duro que la partida.