Háblame de la emigración

La historia de María empieza cuando ella emigra a Barcelona con 24 años buscando un porvenir, allí estuvo 10 años trabajando en la confección y viviendo con unos familiares; pero para hablar de su emigración, tenemos que hablar también de la de su marido, Alfonso.
Él venía de una familia de labradores, eran 4 hermanos y decidió junto con un primo marchar para San Sebastián en busca de una calidad de vida mejor. Allí estuvo tres años hasta que marchó para Holanda, donde trabajó a turnos en el metro, además iba a una asociación de ayuda al emigrante para aprender un poco el idioma y poder defenderse, donde le daba clase una feminista.
En unas vacaciones en Meira, de donde es María, unos familiares los presentaron empezando así una relación que acabó en casamiento. Él quería que, antes de casarse, María pasase unos días en Holanda para ver si le gustaba y si no se sentiría sola, ya que muchas mujeres se marchaban y después no se acostumbraban a aquella vida. Ella fue en Navidad y en abril se casaron.
Cuando se casaron ya tenían una casa con baño propio, porque anteriormente donde vivía el marido tenía que compartir el baño con el resto de los vecinos del rellano y las duchas eran públicas y funcionaban con moneda.
Al llegar tuvo que buscar trabajo para poder quedarse y antes pasar una revisión médica por si tenían cualquier enfermedad (primero ir al consulado y con los papeles que le entregaban ir al ayuntamiento de Róterdam y a la policía).
María, cuando llegó a Róterdam, quedó impresionada de lo verde y limpia que era la ciudad, de la cantidad enorme que había de bicis y carriles-bici y le llamó mucho la atención cómo los padres llevaban los niños a las guarderías en bici y los chubasqueros que usaban para taparse y cubrir toda la bicicleta.
Le costó mucho acostumbrarse al tranvía, ya que se confundía y no sabía cuál coger, por lo que los fines de semana se dedicaban a dar paseos en tranvía y conocer la ciudad y alrededores.
María empezó a trabajar haciendo la limpieza en una clínica dental, pero no le gustaba nada; entonces, le buscaron unas oficinas y una escuela, pero no podía hacer todo el trabajo ya que ella en casa se dedicaba a hacer ropa por encargo, quedando al final sólo con trabajo de limpieza de las oficinas de 3 horas. Lo que ganaba le daba para la casa y los gastos de luz, agua y calefacción.
Para los holandeses, que eran gente muy amable y disciplinada, las vacaciones eran sagradas disfrutando de seis meses. María y su marido tampoco las perdonaban y todos los años iban a Meira 4 semanas y 2 a Barcelona, donde compraron un piso ya que Alfonso tenía allí una hermana.

María no dudaría en volver a Róterdam donde pasó una vida muy feliz.