Háblame de la emigración

Cuando contaba con veintidós años, Carmen decidió emigrar para el País Vasco en busca de una mejora en su futuro y su economía. Allí, pese a haber muchas fábricas en que poder emplearse, su marido no quería y trabajó siempre cosiendo en casa. Le pagaban bien, pero era un trabajo muy sacrificado.
En un primer momento el matrimonio tenía que compartir casa con otras familias, pero en poco tiempo, y poniéndose el jefe de su marido como avalista, dieron la entrada para su propio piso. Allí todo estaba más avanzado: había agua corriente, recogían la basura... El matrimonio llevaba una vida cómoda, salían a tomar café, iban a cine, etc.
Algo que le llamó mucho la atención a Carmen de la vida en Eibar era ver en el parque a todos los abuelos cuidando a los nietos, mientras que sus padres trabajaban en las fábricas. Esto aquí aún no era habitual.
La relación con la familia la mantenía a través de dos o tres cartas semanales. Además, venían de vacaciones tres veces al año, y su hijo, tan pronto cogía las vacaciones en el colegio, lo iba a recoger un familiar desde Galicia para que pasase aquí ese tiempo.
El retorno lo motivó el fallecimiento de su hijo; de no suceder esta circunstancia no habrían regresado. Aunque hoy ya están adaptados a la vida aquí, en un principio lo pasaron muy mal y se arrepintieron de volver, pues allí tenían una gran convivencia con los amigos y mucha vida social: reuniones, comidas, salidas, etc. Al llegar aquí quisieron hacer lo mismo, pero la gente no se animaba. En el País Vasco hicieron grandes amistades, algunas casi como hermanas.

Paseando con su marido por Eibar a los tres meses de estar allí